Cantautor A Tus Zapatos

Si no tuviste suficiente con el debate sobre Bob Dylan literato, Ignacio Juliá abre uno nuevo: ¡Bob Dylan pintor!

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“Endless Highway (Autopista Sin Fin)”, pintura de Bob Dylan

Quiero compartir aquí este magnífico artículo sobre Bob Dylan que me llegó vía email gracias a uno de los buenos y admirables amigos que poseo dentro de la comunidad Dylanita, el reconocido escritor, traductor y articulista, Antonio J. Iriarte. Gracias a él por proporcionarme el acceso a este impagable texto y, por supuesto, a Ignacio Juliá, autor del presente trabajo sobre la obra pictórica del reciente premio Nobel de Literatura, que encontrareis siguiendo el enlace aquí suministrado:

http://abcdefghijklmn-pqrstuvwxyz.com/cantautor-tus-zapatos/

Disfrutadlo!

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Me he prohibido a mi mismo hacer comentario alguno, aunque sea sobre la marcha, sobre la absurda polémica generada en torno al largamente anunciado Nobel de Literatura a Robert Allen Zimmerman. Tanto sinsentido me pone enfermo, puesto que yo imaginaba, engañado, que el imbécil abismo entre alta y baja cultura estaba definitivamente olvidado. Y quiero dejar claro que tomo al tipo por alta cultura. Sólo me permitiré un axioma indiscutible: la palabra fue anterior a la literatura, fue anterior a la invención de la imprenta y, por lo tanto, contar historias nunca debe limitarse a las tapas oclusivas de un libro. Y una cosa más, ¡venga ya! ¿Cuántas voces del siglo pasado fueron más penetrantes verbalmente, más inspiradas, juguetonas, socialmente catárticas, relucientes, fraudulentas, en términos humanos, que las del llamado Bob Dylan?

“Parece que siempre he estado en busca de algo, cualquier cosa en movimiento – un carro, un pájaro, una hoja transportada por el viento – cualquier cosa que me lleve a un lugar mejor, una tierra desconocida río abajo”. Eso es lo que escribe el esquivo Nobel como un autorretrato certero en el catálogo de su exposición pictórica The Beaten Path. ¿Qué… cómo se atreve? Además de ser un literato galardonado, el simple músico, el pícaro cantante / compositor… ¿pinta cuadros? ¡Y todavía esculpe, soldador en mano, artefactos de metal a partir de piezas recicladas! Dejo que me asalten semejantes comentarios imaginarios, típicos de las mentes intelectuales, mientras cruzo el umbral de la exquisita Halcyon Gallery en el Mayfair de Londres. Y me cruzo con una muestra monográfica que es puro Dylan: cuadros de ingenioso cromatismo que capturan los paisajes secundarios de su propia América, la que ha recorrido incansablemente durante el Never Ending Tour.

Una cierta América se visualiza mientras se pasea por las muy nobles estancias de la galería, ordenadas y vacías salvo por las paredes donde cuelgan desde grandes cuadros hasta manejables bocetos. Es una América que el artista quiso que fuera tan real como la que sobrevive en la memoria. “Tu pasado comienza el día en que naces y no tenerlo en cuenta es engañarte sobre quién eres en realidad”, reflexiona Bob. De ahí que decidió, en ese aspecto naturalista de sus cuadros, esconder lo que no le interesaba, que es lo moderno y lo publicitario, ese feo mundo comercial. El encuadre de un puesto de perritos calientes en Coney Island omite por completo los rascacielos que “ensucian el cielo” a solo dos cuadras de distancia. Y la modesta pescadería en el barrio chino de San Francisco borra todo lo que vino después de que se construyera ese vecindario de estilo victoriano. “Esas estructuras frías y gigantes no tienen sentido para mí en el mundo que veo o elijo ver, el mundo del que soy parte”, confiesa.

La silenciosa intención de quien pasó dos años dibujando y pintando estas naturalezas transitorias fue contradecir el mundo moderno. Frente a detalles complejos que sus manos no podían reproducir de la misma forma que le transmitía su mirada, aplicó el método de la ‘cámara oscura’. Lo hizo usando una vieja Nikon con gran angular o bien la pantalla de un pequeño televisor estropeado. Pinta con acuarelas y acrílicos por su escasa carga emocional, aunque no considera estos materiales necesariamente astringentes en ese sentido. Representa la realidad sin idealizarla, trabajando con objetos universales o fácilmente reconocibles, enmarcándolos en una cierta estabilidad. Es necesario despersonalizar al sujeto retratado, despojarlo de cualquier ilusión, buscando lugares comunes ubicados en un espacio racionalmente definido. A veces el punto focal está centrado, otras se coloca en la distancia. Anhelaba crear imágenes que no pudieran malinterpretarse, esa maldición que aún le pesa.

Quienes lo acusan de intrusismo deben saber que ejerció como pintor y escultor desde principios de los sesenta. Ahí está la portada de “Music from Big Pink”, debut de The Band, a primera vista. La significativa simplicidad de estas imágenes – “carreteras, chozas, embarcaderos, carros, calles, pantanos, ferrocarriles, puentes, moteles, paradas de autobús, líneas eléctricas, granjas, marquesinas de teatro, iglesias, letreros, etc.”, enumera él – caracteriza la obra de un observador curioso y honesto, todavía asombrado por la vida, sus verdades y misterios. Lo que ve conecta con su visión interior del gran país, y será fácilmente intuido por quienes viven inmersos en su música. Pero lo importante -otro de sus rasgos literarios- es cómo estos cuadros neutralizan la realidad, su extrañeza. “Endless Highway (Autopista Sin Fin)”, su óleo más grande hasta la fecha, finalmente, simboliza el camino interminable que emprendió Dylan.

“The Beaten Path” representa un tema diferente respecto a la imaginería cotidiana de la cultura del consumidor”, dice. “No hay nada que sugiera que estas pinturas se hayan inspirado en los textos de Sigmund Freud o que se basen en las imágenes mentales que suceden en los sueños, no hay mundos fantásticos, misticismos religiosos o temáticas ambiguas. No es necesario que el espectador se pregunte a si mismo frente a estas imágenes si son objetos reales o imaginarios. Si alguien visita el lugar donde existe esa imagen, verá lo mismo. Esto es lo que nos une”.

Hemos olvidado que el verdadero artista es tal (un artista) en cualquier proyecto que emprenda. Dylan, que siempre pareció avergonzado por sus habilidades y por eso se negó a discutirlas con nadie o a cargarlas de presunción, es uno de esos elegidos que pueden transformar una rueda de prensa en una pelea a medio camino entre pugilista y dadaísta cuyos juegos de palabras todavía se siguen citando medio siglo después; Hacer de un recital una especie de acertijo cósmico en el que hay que descubrir lo que realmente está cantando, cuestionando toda una mitología del rock industrial; O terminar plegado a la orden de un galerista para empezar a pintar cuadros que redefinen el canon de la Americana desafiando con luminosidad impresionista al mismísimo Hopper.

Es una buena cosa que el buen hombre no haya escuchado la llamada del síndrome de Estocolmo, que él “no estuviese allí”, como en la famosa canción. Al final, ni siquiera se presentó a recogerlo. Debe haber tenido que quedarse trabajando en su taller. Huyendo hacia adelante. No hay otra manera.

Ignacio Juliá

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El Coleccionista Hipnótico

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