Asistí hace unos días con mi grabadora al último concierto hasta la fecha del cantautor Español Iñigo Coppel en la sala Galileo Galilei. Afortunadamente tuve ocasión de registrar el audio de la mesa de mezclas y mientras lo escuchaba al día siguiente para separar la grabación en pistas, presté atención a una nueva canción de las suyas, recientemente escrita, que dedica a una mujer a la que vio junto a la tumba de Jim Morrison durante una visita al cementerio de Père Lachaise en Paris. Al parecer ella escribía un poema y en su mano una flor acariciaba el nombre en la piedra del mítico artista. Aquello le inspiró esa canción, bella y melancólica, por cierto. Y eso fue lo que me proporcionó la idea para iniciar este artículo que hoy dedico a The Doors, el álbum homónimo de la banda y primero de su discografía, grabado en Agosto de 1966 y publicado en Enero de 1967.
Era yo un adolescente de 16 años y aquella tarde celebrábamos una fiesta entre amigos en casa de alguno de nosotros, los colegas habituales. El hermano de alguno había viajado recientemente a los Estados Unidos y adquirió allí el álbum que nos ocupa, que nuestro amigo trajo consigo para satisfacción nuestra, tomándolo prestado, puede que sin permiso. Naturalmente, el LP no estaba aún disponible en España, por lo que fue un autentico lujo para todos nosotros tener la oportunidad de escucharlo y bailar a su ritmo. Mientras escuchábamos “Light My Fire”, como hechizados bajo el influjo del teclado de Ray Manzarek, alguien apagó la mayor parte de las luces. A medida que el disco giraba en el plato del tocadiscos nosotros bailábamos en la penumbra cada vez más enfebrecidos. “Crystal Ship” sonaba como un réquiem, aparentemente escrita para una ceremonia funeraria, pero era preciosa y contribuyó a hacernos entrar en trance. Cuando el solo de órgano de la última pista comenzó a sonar ya nos sentíamos como si estuviéramos en un viaje a una tierra desconocida. Los magnéticos, desconcertantes acordes de “The End” causaron un efecto hipnótico en todos nosotros. A medida que avanzaba la canción fuimos abducidos, arrastrados a otro nivel mental diferente, como si hubiéramos tomado drogas o algo así, que por supuesto no era el caso. Nos sentíamos como en ácido, aunque ni siquiera habíamos bebido alcohol, probablemente. No sabíamos por qué, pero nos abandonamos al mantra de aquella música embriagadora. Y bailamos hasta el final como zombis, compartiendo el mismo sentimiento, disfrutando juntos esa experiencia inolvidable.
Me pregunto por qué sucedería aquello y eso me hace pensar en el poder de la mente y el papel de la música y de las artes en general. Éramos muy jóvenes, eso es cierto, y desde luego, estábamos en plena era psicodélica, pero no era solo eso, había también una sensación de libertad que infundía el sonido y la forma en que el vocalista cantaba y pronunciaba aquellas palabras al compás de ese ritmo, con aquella armonía, lo hacía todo nuevo y provocativo. Lo que quiero decir es que su música, especialmente los riffs del órgano de Ray Manzarek acompañando a la audaz interpretación de Jim Morrison, nos permitió liberar nuestra mente y adentrarnos más profundamente en un mundo desconocido de algo que estaba prohibido para nosotros. Tuvimos la sensación de que las drogas podrían permitirnos cruzar la barrera entre la consciencia y el subconsciente y nos dimos cuenta de que podíamos hacerlo sin ellas. Eso supuso un liberación, una renuncia a nuestros prejuicios sin llegar del todo a introducirnos en un mundo pecaminoso a nuestro entender que habría sido un enorme obstáculo para nuestro sentido de la dignidad y el concepto de degradación que habría podido significar para nosotros el abuso de sustancias tóxicas a esa temprana edad.
No teníamos todavía la menor idea acerca de la actitud rebelde de Jim Morrison, pero su particular sentido de la libertad y su voluntaria transgresión de la moral convencional, que le llevó a provocar diversos escándalos en los escenarios, tales como el tristemente famoso incidente en el Ed Sullivan Show, trascendió, obviamente, el trabajo fonográfico y logró alcanzar nuestra todavía tierna sensibilidad. Para aquellos de vosotros que no habíais oído nunca hablar del mencionado incidente en el programa de televisión de Ed Sullivan, aquí tenéis un breve resumen de lo acontecido:
Se advirtió a los Doors antes de la actuación de que no podían emplear en la televisión nacional, CBS, la palabra “higher” incluida en un verso de “Light My Fire”,
‘You know that it would be untrue
You know that I would be a liar
If I was to say to you
Girl, we couldn’t get much higher’
Así que, ellos lo aceptaron, pero Morrison decidió que era parte integral de la canción y acordaron no cambiar una sola palabra, así que la cantaron tal cual, de todos modos. Aquellos shows eran en directo por aquél entonces. Después de su actuación los productores se precipitaron en el vestuario, Sullivan echando espuma por la boca, y les dijeron que nunca más podrían aparecer de nuevo en un programa de la CBS. Se les prohibió volver al espectáculo. Su primera y última actuación.
Según los informes, Jim Morrison respondió al rechazo de los productores en un tono desafiante, “¡Oye tio, ya está, ya hemos ‘hecho’ el Sullivan Show!”
Una amiga me comentó que, aun siendo diferentes circunstancias, la reacción de Ed Sullivan le recordaba a Pete Seeger con un hacha tratando de cortar los cables en el Newport Folk Festival en 1965 con el fin de abortar el sonido (ellos lo llamarían “ruido”) que salía de las guitarras eléctricas e instrumentos de Dylan y la Butterfield Blues Band. Tal vez no del todo similar, pero se podría decir que tenía que ver con el mismo tipo de intolerancia.
Por supuesto, la rebeldía de Jim Morrison era probablemente algo que nos pareció seductor y hasta, en cierto modo, embriagador. Sus actuaciones mostraban ese deseo urgente de comerse el mundo, devorando la vida a cachos.
No sabíamos nada de él entonces. Pero ahora sabemos que era un niño con una enorme imaginación e ideas un tanto oscuras. Por alguna razón tenía una cierta afinidad con el lado oscuro de la vida. De todos modos, pronto se convirtió en un joven díscolo que creció influenciado por Nietzsche y la corriente existencialista de la Generación Beat. Algo que era probablemente el signo de los tiempos.
Jim se graduó en la escuela de cine de UCLA, donde conoció a Ray Manzarek. El joven Morrison ya escribía letras brillantes inspiradas en Rimbaud y llenas de imágenes imbuidas del surrealismo de Antonin Artaud. Su compañero de clase, Ray, pensó que sus letras eran excelente material rock y no tardó mucho tiempo en convencer a Jim de que deberían formar una banda de rock. John Densmore se unió a ellos inmediatamente y Krieger se sumó más tarde a la formación.
Muy pronto grabaron su primer álbum, logrando un merecido reconocimiento a nivel nacional después de firmar con Elektra Records en 1967.
El álbum era una fascinante introspección dentro del mundo psicodélico. No sabía yo que el nombre del grupo era una referencia a la noción de abrir las puertas de la percepción a través del consumo de alucinógenos, pero parece ser cierto. La idea surgió del libro de Aldous Huxley “Las Puertas de la Percepción”, que estaba a su vez inspirado en una frase de “El Matrimonio Entre el Cielo y el Infierno” de William Blake, que decía así: “Si se despejaran las puertas de la percepción todo aparecería al hombre tal y como es, infinito”.
Y, ciertamente, su música sonaba infinita para nosotros. No sabíamos lo que estaba pasando, no sabíamos nada en absoluto. Pero estábamos allí hechizados, cada vez más implicados en el signo de los tiempos, seducidos por la propuesta de un mundo abierto, visto desde una perspectiva diferente, con una mente abierta. Era como ser repentinamente consciente de que hay otros mundos pero están en éste. Nunca pude olvidar la forma en que ese disco me impresionó, cómo esas canciones causaron en mí un profundo impacto y por consiguiente en la vida que vivíamos en aquél tiempo.
Pienso en lo que The Doors representan en la evolución de la música y cómo influyeron en jóvenes como nosotros, cómo nos sentimos conmovidos por el ritmo y la armonía de su trabajo con el temperamento rebelde y salvaje de Morrison. Incluso parecían reivindicar una cierta libertad de expresión a pesar de su atractivo comercial. Estábamos, más que inducidos, impregnados de aquél existencialismo de andar por casa que asimilamos fácilmente, sin mucha consciencia de a dónde nos conduciría. Aunque sin duda nos ayudó a iniciar un camino a través de lecturas sugeridas con las que instintivamente estuvimos de acuerdo. Sería un camino que recorreríamos totalmente conscientes de a dónde nos dirigíamos.
El LP fue un gran acierto. “Light My Fire” se convirtió en uno de sus grandes éxitos, especialmente a través de la versión de José Feliciano, que proporcionó a la canción una enorme popularidad. Aunque supongo que el hecho más relevante fue la inclusión de “The End” en la banda sonora de “Apocalypse Now”, lo que ayudó a difundir su trabajo conceptual más significativo, convirtiéndoles en una de las bandas más célebres de la historia del rock.
Sin embargo, tanto como su propio talento como compositor, fue la controvertida figura de Jim Morrison y su carácter audaz, junto con el drama que rodeo su vida y su muerte, lo que acabó garantizándole el derecho a ser considerado una de las estrellas del rock más emblemáticas de la historia. Era bien conocida su dependencia del alcohol y su adicción a la heroína, así como el uso frecuente de alucinógenos, pero su poesía improvisada a ritmo de rock siempre podía redimirle. En una ocasión fue detenido por mostrar sus atributos masculinos en el escenario en un lamentable concierto en New Haven, CT. Tal incidente apareció en la película de Oliver Stone, “The Doors”, lo que no hizo otra cosa que reforzar el mito. Su muerte en París en extrañas circunstancias al parecer debido a una sobredosis de heroína, aunque ese dato nunca se ha verificado, finalmente contribuyó a la leyenda.